Ricardo Garibay.


El otro día en la feria del libro, el FCE puso en barata las obras del maestro Garibay y me compré un grueso ladrillo de 600 páginas con todos sus cuentos. Creo que hubiera comprado todos, estaban sus novelas, su crónica periodística y otros.

Garibay fue un escritor raro, comprometido, histriónico, conocedor y por inteligente, creo, ninguneado por la fama y los círculos de críticos del país.

El nació y murió casi en los mismos años que mi papá y por cierto tenían algo de parecido físico. No es esa la razón por la que me gustan sus relatos, sino por su fuerza descriptiva, su apertura de mente y por representar una época del México que cimentó al actual.

Anoche me puse a leer el ensayo de Leñero que abre el tomo de sus cuentos. Otra joya. Lo interesante es que Garibay estaba convencido que no le comprendían y eso le hastiaba.

Por el lado de la fe, cerca de morir, se dedicó con insistencia y angustia a entender la iluminación de los místicos católicos.

Interesante, humano, abierto a incorporar el habla tal cual de sus coterráneos, Garibay todavía espera el total reconocimiento como uno de los grandes de México del siglo XX.

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