142. EL AÑO DEL VERANO QUE NUNCA LLEGO. William Ospina.

Este libro fue una agradable sorpresa, aún con sus asegunes.

El autor, colombiano con raro nombre, trae un manejo magistral del español, absolutamente garigoleado, rico, complejo, erudito, sabroso. Emulando al Nobel de su misma patria, nos hace maravillarnos con lo que sabe, ve, escribe.

Sin embargo, también como buen latino, su prosa fabulosa no llega a un buen puerto en este relato.

El tema del libro es relatar lo que pudo haber sucedido a mediados de junio de 1816 en una mansión cercana a Ginebra, Suiza, que habitaban en esos días unas lumbreras de la literatura y poesía. A saber, Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley, acompañados de Clara Clairmont, futura esposa del primero y John Polidori.

Hace poco se cumplieron dos siglos de esa interesante fecha, reunión que dio lugar, como todo mundo sabe a la gestación de dos novelas cumbre del género de horror, Frankenstein y El Vampiro.

El relato de Ospina tiene dos avenidas, por un lado la descripción de los personajes de la época y por otro los viajes que hace el autor para escribir esta obra.

Como decide el autor no acudir a la ficción para relatar esos días maravillosos de 1816, se queda literalmente manco al respecto y no le queda más que buscar y rebuscar en los documentos de la época y traer a cuento una gran cantidad de información colateral, bañada con una prosa que convierte a la obra en realidad en un larguísimo poema, una elegía a los Byron y los Shelley. No estoy en desacuerdo, pero con eso no se construye una novela.

Para el final acude a una extraña superstición que comparte con Gabriel García Márquez (como lo contó él mismo en la famosa entrevista con Plinio Apuleyo Mendoza): la pava. El relato finaliza con el riesgo que le provocaría acudir a sitios con potencial mala suerte, es decir con pava.





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