La niñera.

La niñera (Argentina, Telefe, Sony, 2004-2005. Ahora en Netflix). Nadie me había dicho que esta serie es una mega historia de amor. No solo me refiero a la longitud (175 capítulos) y a la relación entre el patrón, Juan Manuel Iraola (Boy Olmi) y la niñera Florencia Finkel (Florencia Peña), sino también a sus alcances. Es una historia de amor por la vida, el disfrute, los placeres y la amistad. No he visto la serie original estadunidense, solo sé que su actriz principal y co-creadora, Fran Drescher, es una comediante talentosa y bella. En la versión argentina, la estrella por supuesto es Flor Finkel, que despliega una personalidad explosiva, excéntrica y sumamente divertida. Flor busca la estabilidad emocional de una pareja, pero también busca mejorar su situación económica. A primera vista puede parecer una arribista, y lo es, pero también es trabajadora, responsable y echada para adelante. Para lograr sus objetivos, tiene a la mano una serie de artilugios naturales, como su belleza que es evidente para todos y muestra a raudales, vestida en pequeñas minifaldas que dejan poco a la imaginación; también su sagacidad, que es natural en las clases menos favorecidas, que, a falta de estatus y educación, tienen que ingeniárselas para sobrevivir en una sociedad hiperconsumista y de apariencias pero sin poder de compra. Flor suma a su condición de mujer, el de la edad, su religión judía y su sometimiento afectivo a la madre. Ella, Silvia, es una madre típicamente latina, sobreprotectora, sofocante, pero también un gran respaldo para todos los proyectos de Flor, inclusive los más descabellados. La presión que ejerce para que se case, orilla a Flor a buscar indiscriminadamente una pareja y, como se observa en los primeros 100 capítulos, tiene cerca de 20. Flor tiene una gran prosapia, llena de referencias familiares, chistes, giros y expresiones para toda ocasión. Sin embargo, cerca de la mitad de los gags se pierden en la adaptación argentina, ya que parece muy localista, mencionando cientos de nombres que pertenecen a personas de la farándula, política y futbol. Las únicas menciones efectivas son a los bien conocidos Maradona, Libertad Lamarque y Menem. La pareja de Flor es Juan Manuel Iraola, el señor Iraola, que es un cuarentón viudo, encargado de sus tres hijos, que se dedica a la producción teatral de comedias. Iraola es un hombre sumido en la rutina, poco afectivo, que despilfarra su dinero en excentricidades y espera poder heredar una cuantiosa fortuna. Las cosas se complican cuando su padre decide dejar su fortuna a una media hermana desconocida. En ese momento, Iraola se da cuenta que ha vivido bajo una ilusión improductiva, que no podrá sostener su tren de vida y que tendrá que echar mano incluso de los dineros dedicados a sus hijos. Iraola, de colera fácil, se deja querer por algunas mujeres, especialmente por la niñera y por su socia y eterna enamorada, Teté López Lynch. Teté es la típica rica que desprecia a las clases menos favorecidas. De insulto fácil, sabe que puede manipular y obtener favores. En continuo enfrentamiento con Flor, aprenderán a convivir y tendrá que saber perder el lugar de privilegio que tenía antes de la llegada de la niñera. Al final, después de una extensa relación afectiva y sentimental de Flor y Juan Manuel, las cosas sedimentan y ambos encuentran la felicidad compartida. El hombre, tolerante con las primeras parejas de Flor, se vuelve machista y controlador, cuando se comprometen. Flor muestra sus insatisfacciones y sus pulsiones eróticas, las cuales reduce en aras de la relación formal con su jefe y novio. La abuela de Flor, Yetta, una anciana ya en etapa senil pero que todavía tiene sentido común para muchas situaciones y refleja bien la solidaridad intergeneracional que sucede en América Latina, donde los viejos no son internados en asilos, sino que se les integra en el vivir diario. Así, Yetta deambula por la mansión Iraola inmersa en sus propias realidades, pero también interactúa con las dos familias. La comedia es una expandida historia de amor, de búsqueda de la felicidad, aderezada con cuestiones existenciales importantes, como el sentido de la vida, la tradición, la presión familiar, los excesos y la vida sin recursos y sin futuro. A veinte años de la producción de la versión argentina, esta ha madurado correctamente y vuelve a ser una delicia para los espectadores. Al parecer la serie es una versión con público presente, estilo teatral, lo que agrega complejidad. En una ocasión Flor se sale del personaje, temporada 5, al interactuar con un actor invitado famoso. Ahí pierde la actuación y la vemos al natural, mostrando ser una persona mesurada y agradable. Leí por ahí algunas críticas negativas por la sobreactuación de Flor Peña. Sin embargo, dado el tono de la serie y del reparto, ella es por fuerza la más sobresaliente, precisamente por la característica de su histericidad a flor de piel, que se expresa a gritos, que debe reír y llorar en la misma frase y que debe derrochar expresividad. Más que un aspecto negativo, en esta ocasión Florencia Peña es una actriz que entrega una caracterización poderosa e inolvidable. Muy recomendable.

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